jueves, 18 de enero de 2018

Ya los cafés no son iguales



Ya los cafés no son iguales.

He ido unas cuatro veces al cafecito aquel en el que había una salita de cine atrás, con el proyector y sofás para disfrutar de buenas pelis a precios económicos, para la gente del barrio. Solo hasta hoy por la tarde lo encontré abierto, o que decir, medio abierto. Me asome a la puerta y no reconocí nada. Ya no es igual.


De los colores de las paredes, los libros de las estanterías y las plantas, no hay rastro alguno. Los sofacitos y taburetes fueron reemplazados por sillas comunes, de esas sin encanto. Ya no hay carteles de cine, ni botellas de la cerveza española hecha en Bélgica que tenia en la etiqueta un gallo y sabe Dios como se llamaba.


Ya no estaba el mostrador con las tortas que comíamos como capricho y premio de las interminables jornadas. Había unas personas dentro, pero no había rastro del chico amable que nos ponía las tapas, nos servia el humus, nos daba el té; ese que en silencio nos acompañaba en las mañanas de estudio y las tardes de trabajo desde atrás del mostrador.


Ya no es igual ni la fachada, aunque de lejos quedan las sombras que dejó el tiempo de las letras en 3d que decían "Café Kino". Ya no hay en la puerta la cartelera del mes con las pelis y los horarios. Ya nada es igual.


Me fui con tristeza de aquel lugar en el que pasé tantas tardes en Madrid, pero aun con la esperanza de que el otro cafecito, "La Fugitiva" de la esquina del mercado de Antón Martin, no hubiera cambiado. Por este también había pasado varias veces en estos días, saboreandome sus postres y deseando leer en una de las mesas rodeadas de libros.


Finalmente después de la siesta lo encontré abierto. Al entrar no reconocí nada. Las estanterías con libros independientes y fanzines se convirtieron en destartaladas bibliotecas cargadas de libros usados. No había rastro de los postres, ni de la maquina de café.


No había música, no estaba lleno como siempre. Me asomé al mostrador y me atendió un hombre con un acento extraño que me dijo que me lleva la carta a la mesa. Las mesas no eran las mismas tampoco.


Me paso la carta, que no reconocí, busque las tartas de siempre, el té y no encontré nada. El hombre volvió a mi mesa y mientras tomaba mis cosas para salir le dije: "¿Hace mucho cambio de dueño?". Un poco sorprendido me respondió "Hace un año y medio mas o menos".


Salí bajo la lluvia inclemente de este extraño invierno en Madrid y entendí, por fin la cantidad de tiempo que ha pasado, tres años y medio son un montón. Me di cuenta de lo mucho que han cambiado algunas cosas, de lo poco que han cambiado otras, pero aún así ni eso logra que yo cambie todo lo que siento por Madrid.

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