jueves, 18 de enero de 2018

Hoy volví al parque



Hoy volví al parque. Llegue a buscar el banquito en el que alguna vez dejé escrito mi nombre hace 4 veranos, mientras Madrid me amaba y yo contemplaba el atardecer. Al parecer el clima o el ayuntamiento lo han borrado, pero el banquito sigue ahí. Recuerdo que aquel día, el sol se empezaba a perder en las cumbres de los cerros, mientras Madrid y yo nos abrazábamos como intentando entender aquellas ultimas horas juntos. En términos generales el parque esta igual, a pesar de que ahora es invierno y ha llovido mucho los últimos días. El banquito, nuestro banquito, lo ocupa un tío que aprovecha los pocos rayos del sol de estos días, mientras mira el móvil y alrededor revolotean las palomas en busca de algo de comida (ya hasta escribo como española). Han puesto una reja que divide el parque de la otra plaza, justo donde me sentaba pies colgando a ver de lejos Madrid, en un silencio que solo yo entendia, en mi rincón favorito de esta ciudad.


Me doy cuenta de repente que desde que cruce el parque, no he parado de llorar. No es un llanto amargo, no es un llanto de dolor. Es por el contrario, una nostalgia de lo más linda la que me oprime el pecho, una nostalgia que por fin se ha convertido en las lagrimas que llevaba guardando hace meses.


Me asomo por la reja, para comprobar que todo sigue igual cuesta abajo. Respiro profundo para intentar minimizar el caudal de llanto. ¿Por qué Madrid siempre me hace esto?. Cierro los ojos y en un flashback recorro los últimos años. Es increíble como a veces olvidamos todo lo que hemos hecho, todo de lo que estamos hechos. Es increíble como llevo un día aquí y he recorrido 16 km de mis rutinas prestadas, de las calles que ya no son mis calles, de los tiempos que ya no son mis tiempos. Tengo dolor de pies, pero siento que necesito volver a andar cada paso, a revivir cada momento, a volver a encontrarme en este lugar que me hizo feliz; en este pedacito de tierra en el que aprendí a amar libre, a añorar, a sentir sin vergüenza esta nostalgia de la buena.


Han pasado tres largos años desde mi última visita a Madrid y aun entro a los negocios que visitaba en mi día a día, hace cuatro años cuando vivía aquí y salen de atrás de los mostradores abrazos cálidos, miradas de sorpresa, palabras de alegría por estos reencuentros inesperados. Aun me cuesta creer que en el restaurante, en el bar, en la imprenta, después de todos estos años, sigan acordándose de mi; extranjera en esta tierra, y en otras tantas, pero tan madrileña como unas cañas con tapas en una terraza de La Latina o un poema de un cantautor de Lavapiés. Es increíble como sigo siendo capaz de recorrer las calles sin perderme, sin preguntar, recorriendo las fachadas, los balcones, las puertas, los negocios. Aquí había un banco y ahora hay una panadería, aquí había una frutería y ahora hay un negocio. Saboreo viejos sabores y rememoro olores que me transportan a situaciones especificas de esos tiempos prestados.


Me pregunto mientras me seco las lagrimas si realmente he elegido mi lugar a consciencia, si realmente es Buenos Aires mi lugar en el mundo, como tantas otras veces me lo pregunte aquí en Madrid. Vivo en un eterno sube y baja que solo Fito Paez ha sabido describir "No se si es Baires o Madrid". Me imagino una semana en un pisito en Tirso de Molina, aunque no fuera El Bunker, y me río a carcajadas con la idea, pues Madrid siempre ha sido ese lugar que me ha hecho dudar de Buenos Aires, y pasa el tiempo, y nada cambia. Todo sigue siendo igual.


Tan parecidas, tan distintas. Tan complicado volver al parque, al banquito y no cuestionarse, no pararse frente al atardecer a hacerse mil preguntas. Pero entiendo entonces que la oportunidad que tengo ahora es única, que mi Madrid no seria nada sin mi Buenos Aires y mi Buenos Aires no seria lo mismo sin mi Madrid. Que los railes de hace unos años, han modificado su camino y ahora uno es Buenos Aires y el otro por supuesto, es Madrid. Estar aquí y ahora es un recordatorio de lo que he recorrido, precisamente del camino de esos railes, de todo lo que he trazado, de cada decisión tomada, de cada cuidad por la que he pasado, de cada sabor, de cada olor, de cada abrazo, de cada lagrima, de cada sonrisa, de cada imagen grabada en mi retina y en mi memoria.


Una vez más siento que llegue a Madrid, ciudad sincrónica, para entender mejor a mi yo de ahora, para encontrarme de nuevo con lo más profundo y esencial de mi misma. Eso solo lo podía lograr, volviendo al pasado, volviendo a este lugar en el que amé la vida, recordando todo lo que fui; entendiendo porque llegue hasta aquí. Este sin duda es el empuje, la fuerza, el motor, el momento del salto, en el que vuelvo a sacar la mejor versión de mi.

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