martes, 26 de agosto de 2014

El día en que atamos nuestros sueños


La inminente sorpresa se acercaba y aunque la curiosidad me invadía, deje transcurrir las horas dejándome cautivar por la felicidad que leer sus palabras me había producido. La música era un perfecto acompañamiento para alimentar los recuerdos de la conversación de aquella mañana. Cayó la tarde y después de un largo rato en el bus donde ya sentía un cosquilleo en el estómago, lo encontré. Caminamos sin rumbo aparente hasta que seguro de su plan, me anuncio nuestro destino. Al llegar a la plaza me colmo de besos hasta quedarnos sin aliento. Allí los colores y los contrastes intentaron apoderarse de nuestros sentidos, pero lo que sentíamos era tan fuerte que no éramos capaces de despegar nuestras miradas, muy de cerca y jugando al cíclope. Me llevo a la fuente, intento organizar sus pensamientos, un poco nervioso, mientras encontraba las palabras para decir lo que su corazón sentía. Fue allí donde me pidió que soñara junto a él por mucho tiempo y que camináramos juntos en busca de la felicidad. Mientras hablaba, de una manera simbólica atábamos nuestro compromiso, como el hilo rojo del destino en la mitología china. Ese mismo hilo, que con perspicacia y después de cientos de maniobras sincrónicas nos había reencontrado pasado un tiempo; aquel tiempo en que estábamos buscándonos sin esperar encontrarnos. Y al lado de la fuente de aquel lugar, estábamos sentados, con las cabezas juntas, con los corazones llenos de alegría, las miradas abrumadas y un poco empañadas por las lágrimas de felicidad que eran difíciles de controlar. Nuestros cuerpos se fundían en un abrazo eterno que escribía esta historia, una historia que está lejos de ser un cuento de hadas, una historia sin príncipes ni princesas, sin castillos y sin reinos. Más bien, una historia de dos soñadores que decidieron emprender el camino juntos, después de haber andado un tiempo solos. Una historia marcada por una coincidencia significativa que después de tanto andar, les permitió reencontrarse, tomarse de la mano, soñar y empezar a trazar su camino. 

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