A veces olvido lo que he vivido y de repente cualquier día, sin más, sin aviso alguno, sin cita previa; comienzo a recordar acontecimientos particulares en forma de flashbacks, que revolotean por mi cabeza como palomas en una plaza.
Ahí estaba yo, dando mis argumentos sobre alcohol y drogas, escuchando también los tuyos, mientras tomábamos cerveza de la misma botella en un parque que se vestía de primavera.
El tiempo paso, como solo el sabe pasar, cuando todo empieza a llegar a su fin y continuamos como amigos, sentados en el césped con la cerveza y los argumentos, como para tener historias que desencadenar de aquella charla banal. Suponía que nada era tan serio como parecía, o como en algún momento llego a parecer, pues lograba identificar entre el olor a primavera, un inconfundible olor a miedo, que sin duda era de tu temor a besarme aquella tarde de Junio.
Siempre fuiste así, siempre te costo arriesgar; sin embargo, aquella tarde, después de un millón de historias y de la ineludible decisión de marcharnos a cumplir con nuestros compromisos nocturnos, me hiciste volver de la acera al césped justo después de un comentario que te cambio el rumbo.
Hiciste que el 35 esperara una vez mas alguno de mis retrasos y justo ahí, te atreviste a besarme, pidiéndole al tiempo 20 minutos más de espera para recuperar el tiempo perdido en asuntos triviales, 20 minutos para contemplarme bajo el sol, 20 minutos para besarme bajo los arboles, 20 minutos para acariciar mi pelo, 20 minutos para desequilibrar mi mundo, 20 minutos para arriesgarme, 20 minutos para empezar cuando solo había cosas que quedaban por terminar.
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