lunes, 29 de abril de 2013

Second chance


Bad mode. El recuerdo. El bus. El cansancio. La mochila. El sueño. El recuerdo. El puto recuerdo. Había huido para olvidarme de eso. Quiero viajar tranquila. Esa inconfundible tonada. El recuerdo. ¿Y mi tranquilidad a donde se ha ido?. La voz. Justo conversa. El bus. Ese momento en que todo está empezando y uno se dice a si mismo: “no no, esto no va a ningún lado”. De todas formas ya entiendo esto de las señales, o eso creo yo. La barrera. Bad mode. El puto recuerdo. Cerrar la puerta. De nuevo el miedo. La tonada. La voz. Si si la señal. Ya fue. Cállate. A la mierda. Una pizca de ego que te hace sentir como una pulga en medio del mundo. De nuevo lo mismo. ¡No! Por favor. El mundo es más pequeño de lo que crees. Pff quien es este para darme lecciones. Adiós. Me voy a dormir en mi litera. El tren. La aduana. El controlador. El movimiento. El pasaporte. Chau. Stara Zagora. Es hora de partir. Me chupa un huevo. Sigo con sueño. El tren se va. Yo me quedo. Hasta nunca. O hasta pronto. Who knows?

Pasan los días. Eso del bad mode pasa. Vuelvo a Phoenix. La primavera. Ya no recuerdo casi. Es mejor así. Sigue la vida. ¿Cómo va todo?. Todo tranqui. El morbo del internet me pudo. Quede con ganas de ver los osos polares. Stalker. Me canse un poco de las fotos. Ya fue, ya era. Me olvido. Sigue la vida. Tomo la decisión. Y de repente “Che, estoy en Madrid”. Vale, vamos por unos mates. Llueve el lunes. La primavera me ha engañado, se fue. Volvió el invierno. Para que le dije que sí. ¡Qué pelotuda!. Pero bueno, una cagada echarse para atrás. Salgo bajo el paraguas. La osa. Él. En el camino me dije: “vamos, “second chance”. No hay que juzgar. No hay que tener prejuicios. Yo estaba de malas pulgas. Las cosas no siempre son como parecen ser. Sin embargo, voy prevenida. Por experiencia. ¿De qué habla uno con un extraño?. No todo es como parece. Se me hace hasta simpático el chico este. La conversación empieza a fluir. Llueve. Sale el sol. Llueve. Caminamos por Madrid. ¿Un café?. ¿Unos mates?. Unos mates y un café. Cafecito en Malasaña. 

Y de repente empiezo a sentirme tan bien, la conversación deja de estar llena de puntos seguidos e ideas dispersas y empieza a tomar forma de fluidos y alegres párrafos. Empezamos a escribir una historia, tomando un poquito de esto, un poquito de aquello. Ya no me parece un prepotente el sujeto y entiendo que mi “bad mode” no ayudaba para nada. Compartimos ideas entre mate y mate, y me mira fijamente tratando de entender lo que digo e indagando un poco quien soy a través de la ventana de mis ojos. Yo lo miro también, lo escucho con atención y contemplo sus ojos azules que me dejan ver a un hombre bueno, que a pesar de tener unos años más que yo encima, sabe que la verdadera esencia de la vida está en los momentos que te dejan sin aliento, más que en las veces que respiras. 

Sigue fluyendo la conversación, ahora construimos párrafos y frases del libro juntos, como amigos de siempre, esos de toda la vida. Entre mate y mate pasan las horas con el desconocido y yo desearía no tener que marcharme o que él no tuviera que partir. Pero no me siento mal, al contrario, me lleno de suspiros por la sincronía que tengo en frente, esas cosas que pasan en la ciudad genérica; me lleno de alegría porque me deje llevar por ese “no sé qué” que sentí aquel día y acepte el “second chance”. Lo observo, mientras hablamos de las conexiones, los contactos, la vida, los viajes, la familia, los amigos y el equilibrio del pequeño mundo. Esta historia se repite una y otra vez, es como una cuento mágico de nunca acabar, y que puedo decir si ¡me encanta!. No estoy triste por la despedida, acepto las cosas tal y como vienen, finalmente esta no es la primera vez que una cosa así me pasa. No voy a preguntar lo que es innecesario, no voy a afirmar lo que no sé si es cierto, solo quiero disfrutar la magia y la alegría de la señal que tuve el día que decidí darme una segunda oportunidad de reconocer a alguien, un día cualquiera de lluvia en Madrid. 

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