Bad mode. El recuerdo. El bus. El cansancio. La mochila. El sueño.
El recuerdo. El puto recuerdo. Había huido para olvidarme de eso. Quiero viajar
tranquila. Esa inconfundible tonada. El recuerdo. ¿Y mi tranquilidad a donde se
ha ido?. La voz. Justo conversa. El bus. Ese momento en que todo está empezando
y uno se dice a si mismo: “no no, esto no va a ningún lado”. De todas formas ya
entiendo esto de las señales, o eso creo yo. La barrera. Bad mode. El puto recuerdo.
Cerrar la puerta. De nuevo el miedo. La tonada. La voz. Si si la señal. Ya fue.
Cállate. A la mierda. Una pizca de ego que te hace sentir como una pulga en
medio del mundo. De nuevo lo mismo. ¡No! Por favor. El mundo es más pequeño de
lo que crees. Pff quien es este para darme lecciones. Adiós. Me voy a dormir en
mi litera. El tren. La aduana. El controlador. El movimiento. El pasaporte. Chau.
Stara Zagora. Es hora de partir. Me chupa un huevo. Sigo con sueño. El tren se
va. Yo me quedo. Hasta nunca. O hasta pronto. Who knows?
Pasan los días. Eso del bad mode pasa. Vuelvo a Phoenix. La primavera.
Ya no recuerdo casi. Es mejor así. Sigue la vida. ¿Cómo va todo?. Todo tranqui.
El morbo del internet me pudo. Quede con ganas de ver los osos polares. Stalker.
Me canse un poco de las fotos. Ya fue, ya era. Me olvido. Sigue la vida. Tomo la
decisión. Y de repente “Che, estoy en Madrid”. Vale, vamos por unos mates.
Llueve el lunes. La primavera me ha engañado, se fue. Volvió el invierno. Para que
le dije que sí. ¡Qué pelotuda!. Pero bueno, una cagada echarse para atrás. Salgo
bajo el paraguas. La osa. Él. En el camino me dije: “vamos, “second chance”. No
hay que juzgar. No hay que tener prejuicios. Yo estaba de malas pulgas. Las cosas
no siempre son como parecen ser. Sin embargo, voy prevenida. Por experiencia. ¿De
qué habla uno con un extraño?. No todo es como parece. Se me hace hasta simpático
el chico este. La conversación empieza a fluir. Llueve. Sale el sol. Llueve. Caminamos
por Madrid. ¿Un café?. ¿Unos mates?. Unos mates y un café. Cafecito en Malasaña.
Y de repente empiezo a sentirme tan bien, la conversación deja de estar llena
de puntos seguidos e ideas dispersas y empieza a tomar forma de fluidos y
alegres párrafos. Empezamos a escribir una historia, tomando un poquito de
esto, un poquito de aquello. Ya no me parece un prepotente el sujeto y entiendo
que mi “bad mode” no ayudaba para nada. Compartimos ideas entre mate y mate, y
me mira fijamente tratando de entender lo que digo e indagando un poco quien
soy a través de la ventana de mis ojos. Yo lo miro también, lo escucho con atención
y contemplo sus ojos azules que me dejan ver a un hombre bueno, que a pesar de
tener unos años más que yo encima, sabe que la verdadera esencia de la vida está
en los momentos que te dejan sin aliento, más que en las veces que respiras.
Sigue fluyendo la conversación, ahora construimos párrafos y frases del libro
juntos, como amigos de siempre, esos de toda la vida. Entre mate y mate pasan
las horas con el desconocido y yo desearía no tener que marcharme o que él no
tuviera que partir. Pero no me siento mal, al contrario, me lleno de suspiros
por la sincronía que tengo en frente, esas cosas que pasan en la ciudad genérica;
me lleno de alegría porque me deje llevar por ese “no sé qué” que sentí aquel día
y acepte el “second chance”. Lo observo, mientras hablamos de las conexiones,
los contactos, la vida, los viajes, la familia, los amigos y el equilibrio del
pequeño mundo. Esta historia se repite una y otra vez, es como una cuento mágico
de nunca acabar, y que puedo decir si ¡me encanta!. No estoy triste por la
despedida, acepto las cosas tal y como vienen, finalmente esta no es la primera
vez que una cosa así me pasa. No voy a preguntar lo que es innecesario, no voy
a afirmar lo que no sé si es cierto, solo quiero disfrutar la magia y la alegría
de la señal que tuve el día que decidí darme una segunda oportunidad de
reconocer a alguien, un día cualquiera de lluvia en Madrid.
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