No sé si estoy delante o detrás de aquella vitrina, de aquel vidrio. Todo es tan normal y cotidiano, como atarse los zapatos o como mi extraña manía de partir los alimentos usando en la mano derecha el cuchillo. Sin embargo, la realidad sigue siendo la misma, que me persigue desde aquel día del solsticio de verano. Una realidad impecable, impecable como la lluvia que cae descomunalmente en esta ciudad, aun todo es muy lejano, muy disperso, casi irreconocible con la niebla de la sabana, tan tenue que me cuesta verlo algunas mañanas, al despertar con la caja de los sueños entre las manos. Deseando volver, como siempre, volver, pero sin saber, como siempre, sin saber que me espera detrás del vidrio.
No es un secreto, no lo es, cada día el terreno es más firme, pero me pregunto si sigue siendo mi camino, si es ahí por donde debo andar. La cotidianidad del otro lado me asusta, tanto como me asusta leer el diario algunas tardes de diciembre, a veces preferiría no conocer los detalles y las circunstancias de detrás de la vitrina, pero se hace inevitable…
Me pregunto si realmente lo que veo, detrás de la transparencia y la efímera presencia del vidrio, es la realidad o es una obra de teatro. Pero no puedo resistirme, ya lo intente una vez, dos veces, mil veces; no puedo apartar el vidrio de mi vida, estoy pegada a él, o el pegado a mí. Y es extraño, lo mucho que extraño, la realidad del otro lado, a veces incluso odiando la realidad de este lado.
¿Reinventar?, ¿esperar?, ¿añorar?...SEGUIR…
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